Dedos

Cada día, la familia política de este País guarda más parecido con la familia Addams. Tenemos a los apolíneos e inconmovibles Gómez, a las pálidas Morticias e hijos, y a los Fétidos. Un cuadro aburguesado y enfermo, de comportamiento sádico, degenerado en la forma y el fondo, pero que puede permitírselo y se lo permite,  y por esa misma liberalidad resulta carismático a la luz de aquellas familias que no pueden guardar ni las formas, esas a las que les toca no ser para poder comer.


Guardan semejanza con esa familia esta grey sin cañada que lo va pisoteando todo sin más cuidado que el de cuidarse. No les tengo simpatía, pero no por expresa o tácita monomanía, sino porque agotan el erario, nos animan en la rabia y roban la posibilidad de una sociedad más justa y solidaria.


No deberían, lo sé, hacerse bromas, ni aun ironías, con ellos, pero, cómo tomarlos en serio sin enloquecer, de ahí la comparación. Y en ella, deseo hablar del secundario Dedos, esa incorpórea mano pensante e independiente, que los maneja a su antojo.


Una mano que, en el seno de la familia constitucionalista, sí tiene cuerpo, solo que no se puede desvelar ni nombrar, y al que se le llama, según toque y por aquello del odio, comunismo o fascismo, cuando es nacionalismo independentista. Y si no me creen, que se lo cuente la garganta del Gómez de turno. Ella, porque él es incapaz, no en vano, la mano que lo estrangula es la que le da aire y razón a su estar.

 

Dedos

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